La memoria es caprichosa, pero entender su lógica facilita muchísimo el aprendizaje de vocabulario. Los científicos dividen la memoria en corto y largo plazo. La de corto plazo retiene la información apenas unos segundos: escuchas una palabra y puede desaparecer antes de que parpadees. Para que la palabra se quede de verdad, hay que “trasladarla” a la memoria a largo plazo, y para eso el cerebro necesita repeticiones y conexiones. Imagina que la memoria es un sendero en el bosque. Si pasas una sola vez, la hierba lo cubre enseguida. Pero si caminas ida y vuelta varias veces, el camino se vuelve claro y fácil de encontrar incluso en la oscuridad.
Cuando aprendemos palabras, al cerebro le encantan las asociaciones. Cuanto más viva sea la imagen o la historia, mejor se fija la palabra. Por ejemplo, si aprendes la palabra apple, imagina una manzana gigante y roja que cae del cielo o el aroma de tu tarta favorita. Cuanto más graciosa o extraña la imagen, más tiempo permanecerá en la cabeza. Además, recordamos mejor lo que va acompañado de emociones. Si te ríes con un chiste en inglés, memorizarás la frase más rápido que con una definición aburrida del libro.
También existe la “ley del olvido”. Si no repasas una palabra, se va borrando. Por eso son tan importantes las repeticiones espaciadas: primero a los pocos minutos, luego al día siguiente, después a la semana, al mes. Cada repaso clava un “clavo” en la tabla, y con el tiempo la palabra queda bien sujeta.
Importa además cómo repartes la atención. Un cerebro cansado retiene peor, así que es mejor estudiar en sesiones cortas pero constantes. Cinco o diez minutos por la mañana y lo mismo por la noche dan mejores resultados que una hora seguida. Entender estos principios es la clave para memorizar rápido: no solo memorizas, sino que trabajas en equipo con tu cerebro.